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<BODY background="" bgColor=#ffffff><FONT size=2 face=Arial></FONT><BR><FONT
size=2 face=Arial><FONT size=5><STRONG>Mis amigos pescadores</STRONG></FONT>
<BR>Rolando Arellano <BR>El Comercio / 08-02-2014 <BR><BR>Qué gran lección de
vida, y de márketing, recibo cada vez que voy de pesca con mis amigos Mario,
Víctor y Félix, pescadores aseanos; sí, aseanos, que es el gentilicio que ellos
usan para referirse a los miembros de la comunidad de Asia, a 100 km al sur de
Lima. No, no se trata por cierto de los nuevos habitantes de esas zonas, los del
boulevard y de playas con nombres como Cocoa o Palabritas, sino de aquellos de
los pueblos existentes allí desde antes de los españoles.<BR><BR>Los conozco más
de 10 años, cuando Víctor era pequeño y su padre, Mario, le enseñaba a pescar,
tal como a él le enseñaron sus mayores y a estos sus mayores correspondientes.
Se anuda así y se pone el plomo hacia abajo asá, le decía y lo dejaba practicar.
¿Por qué se hace así?, me entrometía yo. Porque así es –me respondía Mario
tranquilamente. Práctico, práctico.<BR><BR>He visto a Mario salir a pescar
diariamente, a ver qué encontraba. Sin la desesperación de saber qué conseguiría
ese día, y más bien con la tranquilidad de que “algo saldrá”; y si no sale hoy,
será mañana pues. Al fin, si no había pescado entonces conseguía buenos
cangrejos, lapas o una inmensa variedad de alimentos que los ignorantes como yo
no percibimos en la playa.<BR><BR>He visto también a Víctor crecer y “aprender a
bañar”, es decir entrar como un lobo de mar al agua movida, para poner las
anclas de sus redes o buscar mariscos especiales. Hoy, ayudado por su tío Félix,
orgulloso del sobrino al igual que su padre, trabaja varias redes y logra sacar,
cuando hay, buenas chitas y lenguados. Y si no hay, será mañana,
pues.<BR><BR>¿Los he visto progresar? Sí, pero en el buen sentido. He visto que
Mario al hacerse mayor consiguió empleo en las urbanizaciones nuevas de la zona.
“Ahora hay trabajo, don Arellano”, me dijo alguna vez, “el que no trabaja es
porque no quiere”. Vive tranquilo con un sueldo que en Lima le alcanzaría solo
para la mitad, y con los extras de bajar a la playa cuando quiere, y pescar como
a él le gusta.<BR><BR>He visto que a diferencia de las grandes familias de
antes, Víctor tiene solo un hijo, y tendrá tal vez dos o tres como máximo. Podrá
atenderlos mejor. Mientras antes caminaban mucho para llegar a las buenas
playas, hoy Víctor y Félix tienen motocicletas, simples y sencillas, que les
facilitan mucho la vida. Y ambos tienen teléfonos celulares, con los que están
en permanente contacto con sus familias, para alguna urgencia, para avisar que
ya regresan a casa y quieren comida caliente y, mejor aun, para saber a qué
precio está el pescado en el pueblo y venderlo a quien mejor pague por
él.<BR><BR>En fin, veo que las cosas mejoran para mis amigos, haciéndolo de la
manera pausada con que creo que debieran pasar las cosas. Sin cambios bruscos
que atenten contra la calidad de vida de las personas, y sin entrar en el
círculo vicioso del consumo por el consumo mismo, que es algo que el verdadero
márketing, ciencia que mira el mundo desde los ojos del consumidor, sabe que es
nociva.<BR><BR>No digo aquí que estén económicamente bien y que no necesitan
mejoras, pero si la riqueza se midiera por cuánto nos hace falta y no por cuánto
se tiene, siento que ellos me llevarían ventaja. Y si muchos de nosotros
trabajamos estresados durante años para poder algún día dedicarnos a pescar sin
preocuparnos del mañana, Mario, Víctor y Félix lo hacen ya. Sin gastarse la vida
para lograrlo luego.<BR></FONT></BODY></HTML>